martes, 28 de agosto de 2012

Cómo es veranear con mi abuela

Yo con mi abuela me llevo muy bien. Aunque no nos parecemos nada físicamente, se nota que la sangre tira (como dice mi prima) y tenemos un vínculo especial.

Cuando voy de vacaciones a su casa, me encanta tumbarme en la mullida alfombra verde de la sala, que ella misma tejió con sus propias manos y un montón de lana. Las dos nos echamos juntas unas siestas muy profundas. Ella se siente protegida conmigo porque soy grande, tengo un potente vozarrón y ladro solo para avisar de que alguien se acerca.

A las dos nos gusta madrugar y, mientras que ella riega la huerta o barre la acera, yo vigilo sus espaldas, sentada muy dignamente a su vera. A las dos nos gusta mucho la fruta, sobre todo recién cogida del árbol, y por las tardes solemos merendar fruta juntas, un trozo para ella y otro para mí.

Mi abuela me llama Suriña y me habla mucho; yo no entiendo muy bien lo que me dice pero la beso y la beso porque me gusta que me hablen. Mi abuela también habla mucho de mí, de lo bien que me porto y de lo obediente que soy, porque a ella le hago mucho caso, ni siquiera contesto a los perros vecinos que se pasan el día ladrando y no me dejan ni echar un pis tranquila.

Hoy 28 de agosto celebro mi aniversario. No es el día en el que nací sino la fecha en la que escogí aquel helecho para tumbarme, al lado de la puerta adecuada, después de un mes vagando abandonada, triste y extenuada. Ya han pasado dos años. Mi abuela reconoce que fue la primera que se dio cuenta de mi presencia y vio en mí un problema, un engorro, un gasto a mayores y una cadena.

Ahora mi abuela tiene claro que fue un error haber pensado aquello, y no para de repetirlo. Que compenso más de lo imaginable, porque los perros que hemos sido abandonados tenemos un doctorado en arrancar sonrisas y ternura...

Ahora soy una perrita con suerte y estoy contenta, aunque en el pecho, bien hondo, la tristeza de una niña escondo...