viernes, 30 de noviembre de 2012

Como es un monito de trapo

Hoy he tenido una experiencia religiosa.

Mi humana apareció en casa con cuatro monos de trapo. Todos muy bonitos y llenos de colorido. Y me volví loca. Sin entrar en razones, lo único que quería en ese momento era comer monitos, se me notaba era mi mirada obsesiva.

Y resulta que los monitos no eran para mí, ya tenían dueños asignados: Ernesto, Carlota, Antón y Unax... No habían pensado en mí.

Pero una cosa es la racionalización y otro el impulso animal, así que el hecho de que no fueran de mi propiedad pasó a ser secundario e intenté meter mi morro en su bolsa con insistencia.

Para procurar calmar los ánimos, a mis humanos se les ocurrió hacer un nudo con una toalla vieja, meterla en la bolsa de los monos, y sacarla de allí como si fuera lo mejor que me podía pasar... (Más o menos como nos hacen habitualmente los políticos).

He caído en la trampa, y me he lanzado hacia esa burda imitación de mono de trapo, esmerandome en deshacer su nudo creador.

Ahora ando de aquí para allá con el mono-toalla en la boca, mientras que intento comprender por qué no se acordaron de mí al encargar los verdaderos.

Yo siempre he querido tener un mono bonobo en mi vida. Que se llame Paco.



jueves, 29 de noviembre de 2012

Cómo es el enamoramiento

Mi vecino Bobby se muere por mis huesitos. Por los que llevo dentro y por los que me guardan en una bolsa para cuando me quieren premiar. Lo segundo es evidente, y de lo primero me doy cuenta cuando le oigo gimotear cada vez que me ve, desde su casa, correr alocadamente a por mi nuevo pato de plástico. Bobby daría lo que fuera por estar más cerca, el pobre.

Ya antes tenía yo sospechas de su enamoramiento, porque todas las noches me deja alguna señal a la puerta de casa, si no es un pis es una caca, pero siempre muy cumplidor...

Si percibe movimiento a mi alrededor, baja disparado a intentar colarse en mi patio y me trae piedras de regalo, ante mi mirada atónita, que sé muy bien que no debemos meter piedras en la boca. Y, encima, me las lanza, esperando que se las devuelva... No se puede ser más tontorrón.

Aparece como una exhalación en momentos inapropiados, como cuando la semana pasada vino a verme mi novia Lola, que se metió en el patio y no había quien lo sacara... creo que pensaba yo aquí me quedo, con estas dos megacachondas, el pato, el hueso y el cerdito de plástico...

Pero a mí Bobby no me gusta. Le conocí en su anterior vida, cuando aún no sabía lo que era el jabón ni el calor de un radiador. Para los que no le conozcáis, vivía atado a una cadena a la orilla del río, justo pegado al camino que yo tengo que atravesar si me quiero dar una vuelta por los molinos de cerca de casa. Y Bobby, además de sucio, parecía muy fiero, me ladraba y saltaba sin parar hasta lo que le permitía la cadena. Me daba miedo.

Un día murió Res, el vecino más listo que he tenido, y su humano necesitaba sustituto. Se acordó de Bobby. Habló con el humano que le llevaba la comida y que, de vez en cuando, le limpiaba su chabola, y autorizó la transacción: Bobby recibió un baño y paso a formar parte de un hogar, con hermanastra incluida, Luca, de bastante mal carácter.

Ya sé que Bobby ha cambiado, está muy limpio y ya no ladra, solo gime cuando me ve. No se acuerda de las cadenas y cada día perfecciona más su llamativa técnica de lanzamiento de piedras con la boca. Pero recuerdo su anterior faceta y no me puedo enamorar.

Y eso que ando algo necesitada...