martes, 10 de abril de 2012

Cómo disfrutar de unas vacaciones (I) (Tai)

Tai vive desde hace 8 años cerca de Madrid. A veces la llaman Tai o Thais, y otras Tani, Tanis o Tati, pero a ella le da igual, lo único que le preocupa es comer y su humano.

Aunque cuando está sin depilar parece un jabalí, en cuanto recibe la visita de la maquinilla se nota que Tai nació de alta cuna y de alta cama. Seleccionaron su genética, pagaron por ella, la disfrutaron un tiempo… y la devolvieron a la tienda porque daba alergia al niño.

De allí un día fue rescatada por su actual humano y pasó a vivir con el guaperas de Troll una temporada, un bóxer blanco muy bonachón del que adoptó algunas maneras no muy femeninas como levantar la pata para mear o perrear a quien se descuide. Ahora que él no está, Tai es la indiscutible señora de la casa.

Ya por el camino hacia Madrid iba preocupada por mi convivencia con ella; me habían comentado que era muy suya y pronto lo descubrí.

No sé quién habrá dicho a Tai que para pedir jugar hay que dar toques con el morro como un tiburón, soltando gruñidos. Yo no la entendía. Ni tampoco sé por qué no me dejaba estar cerca de su humano, si yo ya tengo el mío y no soy nada homofílica….

Aún sin entendernos del todo conviví dos días con ella; dos días intensos en los que me choque contra la red de una portería de futbol y me obsesioné con cazar pelotas de ping-pong al vuelo. A pesar de los continuos toques de atención de Tai, yo ya había asumido que aquella casa con terreno era también mía y tenía la obligación de protegerla. 


Vivíamos en dos apartamentos contiguos con terraza. A Tai le gustaba tumbarse en mi cama y destrozar el mango de mi lanzador de pelotas. También se comía mi parte de comida y se regodeaba masticando mi pelota justo a mi lado mientras que continuaba con el intento de inmovilizarme a base de gruñidos.

Tai me seguía incordiando y, de repente, tuve una experiencia religiosa…

Me enfrenté, por primera vez en mi vida, y le dije, basta Tai!, estás agotando mi paciencia! guturalmente, mientras que le enseñaba mi hermosa dentadura y la sujetaba con mis lindas patitas… 

En ese instante subí un escalafón en la jerarquía perruna, incluso me sentí hembra media-alfa por un momento (aunque ya os contaré como a los dos días, en Cartagena, perdí rápido esa sensación). Y Tai comprendió que no soy tan de pueblo como parezco…

Estoy segura de que ahora Tai me está echando de menos…

Igual que yo a ella…

 

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