miércoles, 7 de marzo de 2012

Cómo siente nuestra competencia

Mi hermanastro gato Ovni, que ha leído su historia en este blog, se ha empeñado en que le deje publicar un relato que escribió él mismo y que fue seleccionado para la colección "Relatos de verano" de La Voz de Galicia, con el título "Un verano difícil". Está basado en un hecho real.
El Ovni es un pesado y, encima, no se atreve a pedírmelo a la cara, pero le voy a dejar que lo ponga por no tener lío familiar...
Os dejo en sus manos...



I CONCURSO DE RELATOS “LA VOZ DE GALICIA”

Título del Relato: UN VERANO DIFÍCIL...


No sé exactamente cómo empezó todo esto. Yo vivía tan feliz, envuelto en mis rutinas cotidianas: me levantaba todos los días a la misma hora, la despertaba y, después, los estiramientos, la higiene personal, el desayuno, las carantoñas de despedida y al sol, hasta que ELLA regresara del trabajo o hasta que yo tuviera hambre otra vez. Así, día tras día, sin grandes preocupaciones; a veces molestado por alguna visita imprevista o por obligaciones desagradables como la ingestión de medicina; otras veces, nervioso, con ganas de estar con otras, con esa desazón que provoca el amor no correspondido; y aunque la situación no era de su agrado, ELLA, con su infinita paciencia, me soportaba, sabiendo que tarde o temprano se me pasaría, que era lo de siempre: el deseo pasajero.

 Había días que sí, que se enfadaba de verdad: era cuando volvía a casa y descubría que me había dedicado a enredar, que tenía todo desordenado y que, incluso, había roto alguno de sus objetos preciados, aquellos a los que no me dejaba ni acercar; pero acababa comprendiendo que, aunque en el fondo me gusta esta vida de dejadez, de placer y de vagueo, a veces me aburro y necesito algún estímulo, algo diferente que me saque de la rutina cotidiana. Otros días conseguí que rozara la histeria cuando yo por fin conocía a alguna que, con sus encantos, era capaz de que me olvidara de ELLA y que, en un par de días, sólo pensara en el momento, en el instante, en el placer, en “la otra”. Cuando después volvía a casa, cansado ya de la aventura, podía percibir claramente su odio mientras que se dirigía a mí con un tono seco, lleno de reproches que yo sólo podía contrarrestar aumentando mis atenciones, pidiéndole disculpas con los ojos, que era como mejor me entendía.

Siempre pensé que, aunque hubiera sus más y sus menos, en el fondo éramos felices, que ELLA se contentaba con mis muestras de cariño y que era eso, el cariño, lo que prevalecía frente al resto de las crisis. Pero un día, sin preverlo en absoluto, todo cambió; llegó la hora de su regreso del trabajo y no volvió, llegó la noche y tampoco apareció. Me pase todo el día siguiente pendiente de la puerta, del ruido de la cerradura al abrirse; mirando a la ventana para poder identificar la llegada de su coche blanco; y pensando, preguntándome, qué podía pasar, qué había ido mal, qué había hecho yo mal.

A los dos días de desesperación apareció por casa una amiga suya que, sin casi ni mirarme, se puso a ventilar, a regar las plantas y a servirme a mí la comida, sin darme ninguna explicación, casi con desprecio, como si no llegara a comprender qué lazos de unión tan fuertes conseguían mantenerla atada a mí. Yo la interrogué, al principio tímidamente, después furioso y más tarde desesperado, quería saber dónde estaba ELLA, qué le había pasado, si iba a volver, si era por mi culpa, y la amiga como si fuera sorda o como si no fuera capaz de entenderme, a sus cosas, sin dejar de fruncir el ceño, puerta y adiós.

Otros dos días solo y la visita de la amiga, como siempre, sin explicaciones, visita rápida, de cumplido, sin contestarme, sin dirigirme la palabra, poniendo más interés en el estado de las plantas que en el mío propio. 

Y así, en esta situación kafkiana estuve casi un mes. A los veinte días de su ausencia dejé de preguntar por ELLA, dejé de asearme y perdí el interés por la comida, por tomar el sol y hasta por ligar; solo me tumbaba, me dejaba llevar, que pasaran los días..., al principio hasta que ELLA volviera; con el paso del tiempo ya me daba igual que volviera o no, había olvidado su cara, su voz e, incluso, su olor, la recordaba como un sueño agradable, algo irreal e irrecuperable.

Después de un mes, una tarde regresó, cargada de maletas y con una gran sonrisa en la boca: me acarició, me pidió perdón, me dijo infinidad de cosas hermosas, y me abrazó y besó como si quisiera extraer de mí la esencia básica. Yo permanecí impasible, mirando al infinito, sin demostrar ni odio ni amor, sin demostrar absolutamente nada, simplemente me dejaba hacer.

ELLA no paraba de hablar, quería saber qué tal había estado con su amiga, si había comido, si había pensado en ELLA..., a mí ya todo me daba igual, ni contestaba, ni la miraba, ni siquiera la veía cuando me obligaba a dirigir mis ojos a su rostro; me daba igual dónde había estado y por qué se había ido, sólo quería dormir y que me dejaran tranquilo, permanecer quieto, con los ojos cerrados y la mente en blanco.

ELLA empezó a desesperarse, no sabía qué hacer, pedía ayuda a sus amigos y ellos aparecían por casa, me miraban extrañados y hacían conjeturas, sin tener ni idea, sobre las razones de mi estado actual. Por fin, un día se decidió: me levantó a la fuerza de la cama y me metió en el coche, me llevó a un especialista que, después de manosearme por todo el cuerpo y de interrogar sobre todos mis hábitos, llegó a la conclusión de que no tenía ninguna enfermedad física, que simplemente se trataba de una “depresión gatuna” causada por el “semiabandono” sufrido en época estival.

Ahora ELLA se siente culpable y me satura a golosinas y juguetes, me achucha y me repite que me quiere, que me adora, que maldita la hora que se fue de vacaciones sin mí. Y yo empiezo a encontrarme a gusto así de mimado, pero intento disimularlo porque, ahora, cada lengüetazo que le doy me hace una fiesta, y cada vez que me estiro, veo por el rabillo del ojo relajarse su expresión de continua inquietud. 

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