jueves, 22 de marzo de 2012

Cómo son los sueños

Todos los animales soñamos, si no lo hiciéramos nos moriríamos. Eso parece que demostró empíricamente una panda de expertos en psicofisiología con un experimento de muy mal gusto en el que el protagonista era un gato. Le colocaron sobre una tabla flotando en una piscina; la tabla era lo suficientemente grande como para sostenerle pero también lo suficientemente estrecha como para que el pobre gato no pudiera relajarse. Si se relajaba, tocaba con el rabo en el agua y se despertaba. Si no se relajaba no podía alcanzar el estado REM, por lo que no soñaba.

Ya no me acuerdo cuánto dicen que duró vivo aquel gato, pero fue poco: es necesario soñar.

A veces tenemos sueños tan intensos que movemos el esqueleto al compás de cada escena. Para soñar así, tan vívidamente, necesitamos tener experiencias que recordar: correr, saltar, ladrar, perseguir, jugar, relacionarnos… Luego por las noches revivimos esas sensaciones y las disfrutamos doblemente.

En mi caso, cuando me adoptaron después de un mes de estar vagando en la desesperanza más absoluta, no me quedaban fuerzas ni autoestima suficiente para ladrar. Creían que era muda hasta que me oyeron hacerlo mientras que soñaba…  Ahora tengo un vozarrón que doy el pego…

Lo peor es cuando nos excedemos en la intensidad de las vivencias, cuando no tenemos control sobre nosotros mismos, como le pasa a este colega, de nombre Bizkit, en el vídeo que me ha regalado una buena amiga que conocí en una fiesta en San Vicente.

Va por ti, Nécora!
Que se cumplan tus sueños!


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