martes, 22 de mayo de 2012

Cómo es la estricnina

Dando un paseo por el monte de al lado de mi casa he conocido a Zar, un guapetón con mucha energía que me tiró los tejos nada más verme. Le gusté tanto que me dijo que me comería entera y, prueba de ello, se empeñó en engullir mis detritos recién salidos del horno...



Lo ví tan poco escrupuloso que le tuve que advertir de la tragedia que ocurre periódicamente en ese monte. En este blog ya he hablado del tema, por ejemplo cuando expliqué lo que eran los conejos, pero el pobre de Zar no tenía ni idea.

Le expliqué que ese espacio tan idílico se convertía en una trampa mortal cada año, justo en la época en la que los conejos criados en cautividad son liberados. Aparecen trozos de chorizo con premio. Un premio fulminante que puede acabar con tu vida en menos de dos horas.

Dicen que el premio se llama estricnina, que se compra con facilidad en Portugal y que lo utilizan para acabar con los posibles depredadores de esos conejos destinados a ser víctimas de escopetas, solo de escopetas.

Así, los agraciados con esa lotería aciaga pueden ser aguilas, zorros, hurones,... y también nosotros, los perros.

El monte está minado, como después de una guerra, una guerra contra nosotros...

Hace unos años, antes de que yo viviera aquí, en mi zona en una misma semana cayeron 10 perros y un caballo, que se sepa. El caballo porque comió hierba al lado del chorizo; los perros porque pensaron ingenuamente que todos los humanos eran unos superenrrollados, que dejaban delicatessen abandonadas para mayor felicidad perruna.

Blanco, el antedecesor de mi exnovio Baco fue una de las víctimas. De repente, después de un paseo en el que le habían visto comerse algo, se puso muy nervioso y su lengua empezó a tomar un tono morado, tenía convulsiones y no podía respirar. Sus humanos no sabían qué le pasaba ni qué hacerle. Le dieron aceite de oliva como remedio universal para dolencias de estómago. Blanco murió en 10 minutos. Y también Zeppelin, otro vecino, su compañero de paseo ese día, que comió más chorizo que él y cayó fulminado después de intentar comunicar a su humana que algo malo estaba pasando.

Por eso es muy importante que nos intentemos controlar, y recapacitemos antes de engullir el primer bocado apetitoso que veamos tirado, y también que nuestros humanos nos vigilen e impidan la tentación.

Pero si nos lo comemos, rápidamente hay que echar un buen trago de agua oxigenada; nos quemará un poco la boca pero nos hará vomitar la estricnina.

Estoy segura de que a esos repartidores de chorizos mortales algún día alguien les echará estricnina en el café.

Siembras horror y recoges horror...

El que a hierro mata que a hierro muera...

 


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